De la jaqueca a las migrañas
No son más de sesenta días cuando en todo el mundo el enemigo público numero uno era la inflación. A los años había revivido uno de los más temibles adversarios del bienestar y de los pobres. La lucha había sido intensa y se había logrado doblegarle. Algunos la creían muerta, pero los precios de las materias primas, de los metales, la energía y los alimentos llegaron a su cúspide y pusieron en aprietos los cimientos de las estructuras económicas modernas. La discusión ahora estaba concentrada en el nivel al que llegarían los precios de estos productos, tan apetecidos por todos y que se los arranchaban todos los días. La demanda era incontenible. Los países productores, casi todos del tercer mundo -entre ellos nosotros- por fin veían que sus días de pobreza y limitaciones llegaban a su fin.
El mundo había entrado en una transición evidente. Aparecieron nuevos centros económicos que disputaban el poder a los tradicionales. EEUU, Europa y Japón ya no eran los llaneros solitarios que ponían y cambiaban condiciones en los mercados. China, Rusia, India, Brasil, Sudáfrica, lideraban un nuevo bloque de potencias que emergían a paso firme y conquistaban el 25% de la torta mundial de producción.
Pero, en esos días se hablaba también de otro dolor de cabeza, aunque para fortuna del mundo no era de todos. Pertenecía a los gringos y se trataba de unos créditos concedidos muy generosamente, sin mayor evaluación de riesgo, sin garantías adecuadas y con unos intereses bajitos para que los pobres de ese país también cumplan con el sueño americano y tengan su casa propia (Cualquier parecido es pura coincidencia). Era un problema que no pasaba de esas fronteras y que debían arreglarlos con sus propias fuerzas.
Sesenta días después, la jaqueca es otra. Viene con migrañas y no se aprecia el efecto de los calmantes. Esos benditos créditos hipotecarios contagiaron a todos y pusieron los nervios de los ahorristas a punto de estallar. Tienen un virus agresivo que se mueve con velocidad increíble. Los inversionistas y gobiernos se despertaron de sus sueños. Tuvieron un amanecer doloroso. Había estallado una crisis financiera que de entrada congeló la liquidez y cerró los mercados de crédito. De pronto no había dinero en el mundo. Todos recuperaban los propios y los ponían a buen recaudo buscando que este Tsunami no los destroce. Los bancos se perdieron confianza y dejaron de prestarse entre si. Llegó la hora temida que solo se la lee en los textos universitarios cuando la certidumbre anda por los suelos y lleva a: ¡Cada uno a vivir con lo que tiene! La solidaridad y las promesas se esfumaron como arte de magia. Se produjo una situación parecida a la de un país que conozco que carece de prestamista de última instancia. Sobrevivieron sólo los que eran líquidos. Los demás que habían prestado todo lo que captaron porque creyeron que las crisis eran historias de los países pobres, pasaron a otra vida. Fue el fin de los bancos de inversión. ¡Ahí se vio como los compromisos de que si tienes problemas, hay alguien que está listo para ayudarte porque te lo ofreció, es letra muerta cuando las papas hierven! En esos tiempos no hay amigos. El dilema del prisionero de que el primero que sale se salva, vuelve a estar presente.
La ola económica de productos básicos bien caros: alimentos y energía parece que terminó. Lo que no se ve es un retorno a los precios del pasado, y eso para los productores de estos bienes básicos es, dentro de todo este dolor, una buena noticia. Lo malo es que algunos se acostumbraron a gastar como nuevos ricos y van a tener que apretar sus cinturones. La jaqueca con migrañas va a ser larga y muchas ilusiones, fueron sólo eso, ilusiones.
Ahora todos se concentran en descifrar los arrebatos de este nuevo mundo que nadie imaginaba hace apenas dos meses. Eso si, algunos reclaman el papel de pitonisas. Otros declaman sentencias ideológicas. No faltan los que anuncian el fin del mundo, pero pocos se sientan a reflexionar sobre todo lo que se hizo mal. No hay tiempo para ello. La urgencia se puso otra vez de moda. ¡Hay que actuar hoy y bien! Se necesita concertar mundialmente pues el problema ya no es de unos pocos países que además son ricos, sino de todos. Nadie escapa a los fuetazos de esta crisis, pero hay que encontrar la manera de evitar que se derrumbe todo.
Aquí otra vez la oportunidad y certeza puede cambiar la historia. Los países que actúen rápido y coordinadamente pueden sufrir sólo rasguños. Los demorados, indecisos o que quieran volver al mundo del control total, terminarán en silla de ruedas o en terapia intensiva. Los dogmatismos no son prescripciones de tiempos difíciles. Se necesitan clínicos intensivistas que sepan salvar vidas.
América Latina está mejor preparada para enfrentar esta amenaza real. Además no la causó. Tiene la conciencia limpia. Muchos países han reducido sus endeudamientos públicos, crearon fondos de previsión o estabilidad, tienen políticas fiscales equilibradas y sostenibles, han incrementado sus reservas internacionales, construyeron economías de mercado bastante bien reguladas, cuidaron la productividad y la eficiencia. En fin, parece que algunos ¡hicieron bien los deberes!, o por lo menos eso se espera.
Y eso lo vamos a ver o comprobar los próximos meses en función de los resultados que cada uno obtenga en su lucha contra estos enormes y terriblemente destructivos huracanes. Ahora están a prueba de fuego, se podría decir que van a rendir sus exámenes finales, dos proyectos económicos latinoamericanos que han venido antagonizando el debate político: el modelo llamado de izquierda populista con fuerte presencia estatal y, aquel desarrollado sobre la base de un equilibrio entre Estado, trabajador y empresario, con mercados competitivos regulados.
Las lecciones, aunque nos duela decirlas, están a la vista. La gula nunca es recomendable. Hay que comer lo necesario y bien balanceado. Ahorrar siempre es muy redituable. Ayuda cuando las fuerzas ya no alcanzan. Gobernar con razones, de forma democrática y los pies en la tierra es saludable. Lo duro va a ser construir o sostener sociedades donde la codicia, económica o política, no tenga incentivos perversos, desbordantes. Que el dinero o el poder cuenten, pero no sean un fin.
DESTACADO
La crisis pone a prueba los dos modelos económicos de A. Latina: el de izquierda populista y el social de mercado.
Colaboración
Editorial Diario EL COMERCIO
Octubre 28 del 2008