Solidaridad permanente
En esta época de fin de año se multiplican las expresiones por el bienestar del contertulio. Se esconden las penas. Los dolores pasan a segundo plano, por lo menos en esos cortos momentos de expresión de optimismo. Desaparecen las frases lastimeras y de mal humor. El pesimismo tiene un entierro fugaz. Pronto reaparecerá. Pero, por ahora todo es alegría y deseo para que las cosas cambien.
Si esta actitud durara y se transformará en una acción de vida, cuanto cambiaría el mundo. La energía que ahora sirve para superar obstáculos se usaría para construir. Todos ganaríamos. Pero la vida no es así y los parabienes cumplen sólo un ritual social. Por eso, hoy en esta columna quiero compartir un relato que me llegó al correo electrónico, que dice más o menos así:
Una chica cursaba su tercer año universitario, se especializaba en ciencias sociales y estaba muy motivada por todos los mensajes que recibía de las teorías de la distribución de la riqueza, la solidaridad, pero sentía vergüenza porque su padre fuera de derecha.
Sus profesores le aseguraban que la filosofía del padre era equivocada. Pensaba y pensaba en todo esto y con el tiempo construyó una angustia existencial insoportable que finalmente la llevó un día a tomar la decisión de abordarle. En el encuentro con su padre, con todo el entusiasmo y la firmeza de sus convicciones le habló del materialismo histórico y de la necesidad de cambiar este mundo tan injusto.
Su padre le escuchaba con atención. De pronto le preguntó como le va en las clases. Van bien, dijo la hija, tengo un promedio de 10 pero eso me priva de todo tipo de distracción. Duermo poco, no tengo vida social, pero avanzo. El padre preguntó como le va a su amiga Rosario, y la hija respondió que su promedio es 4 pues estudia poco.
Mirándola a los ojos le dijo: por qué no vas a la Secretaría y pides que le transfieran 3 puntos tuyos para que con ello las dos tengan 7 y pasen el año. Ella, no creía lo que acababa de oír e indignada le respondió: Papá yo he tenido que trabajar duro para obtener lo que hoy te he contado, mientras Rosario se ha limitado a despilfarrar su tiempo. ¡Ni creas que pienso regalar mi trabajo a otra persona!
El Padre la miró con cariño y le dijo: Bienvenida al mundo real. Hay varias riquezas en el mundo. Una es material y está a la disposición de todos, pero no todos la alcanzan. Demanda sacrificio, perseverancia, iniciativa y también suerte. Y eso no es ni derecha ni izquierda. La espiritual la da el conocimiento y ella también exige sacrificio. Tú lo sabes. Y, a propósito deberías ayudar a tu amiga para que supere su problema. Lo que nunca hay que olvidar es que las oportunidades son más cercanas a aquellos que reciben buena educación y disponen de su riqueza espiritual, y esa es una obligación que tiene que darla el Estado. Ahí nace la solidaridad profunda. Eso tenemos que exigir.
En el mundo todos somos socios de la esperanza y tenemos un rol en buscar el bienestar. No hay mejor solidaridad que aquella que se construye en una sociedad que respeta sus leyes, sabe a donde va, porque va allá y como la puede alcanzar.
Destacado
En el mundo de hoy todos somos socios de la esperanza, tenemos un rol en buscar el bienestar.
Colaboración
EDITORIAL DIARIO EL COMERCIO
Diciembre 28 del 2006